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martes, febrero 28

¿Cómo podía satisfacerle tanto hasta llegar al borde que separa la cordura de la locura?
¿Quién podía saber a donde se encontraba antes de aquella catarsis?
Ella había sido esclava de los medios de comunicación. No los culpaba, le había gustado que la engatusaran.
Pero, ¿cómo podían condenarla?
¿Quiénes podían entender que la muerte era lo que la alimentaba?
¿Hubiera sido una solución volver a las palomas mensajeras, a las señales de humo, o quizás, al código morse? No había más pensamientos para explicarlo.
Estaba atada, acorralada, hechizada y envenenada por una parte de si misma. Una parte que cada vez era más grande, una parte que cada vez la hacía más chica.
¿Fueron buenas las intenciones desde un principio? ¿Por qué no quiso cambiar los propósitos y dejar a un lado la beneficencia?
Le regaló su vida a una sociedad indigente.


¿Lo había sido? Claro que los culpaba, los odiaba, cada insonoro latido de su corazón lo hacía. Mientras se detenía, le consumía las fuerzas, finalmente la derrotaban.
¿La habían llamado alguna vez valiente? No sabía si estar o no orgullosa.
No tuvo frío, su temperatura siempre fue y será la misma.
No hubo una ráfaga de imágenes, ni preocupaciones, ni últimas palabras.
La nostalgia que creyó que la iba abrumar, se difuminó. No quedaron colores.
Una lágrima indomable galopó por su mejilla, escalofríos, un sólo suspiro.
Y quedaron nada más que sueños.

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