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lunes, agosto 29


Somos unos pocos los que conservamos nuestro aspecto humano. Los que somos de carne y hueso. Todos los demás se plegaron a la moda, todos son de metal. Todos son robot-humanos.
Desde que la robotización apareció, se modificó el mundo. Todo se rige por ella. Nadie puede ser dirigente si no es robot. Los líderes, los artistas... todos son robots.
Somos unos pocos los que no nos robotizamos. Nos miran raro, nos ridiculizan.
No entiendo cómo se enamoran, si no se distinguen los hombres de las mujeres. Como pueden obtener satisfacción de sus cuerpos de metal.
La presión de los medios, de la sociedad, del Rectorado del planeta, para que nos roboticemos es terrible. No nos dejan en paz. Nos apedrean en la calle. Nos arrestan por subversivos. Nos condenan por el solo hecho de no querer cambiar.
Con Urla, mi novia, juramos que no cambiaríamos, que seriamos humanos, de carne y hueso, hasta la muerte.
Hace tres meses que no veo a Urla, ya comienzo a olvidarla. La ciudad sigue igual. Todos son robots. Hace mucho que no veo a un humano. Tal vez sea el último de los de carne y hueso.
Tengo que vivir escondido, solo salgo de noche. Recorro los bares humanos, donde solíamos reunirnos los últimos, y no encuentro a nadie. Todos han desaparecido.
Alguien golpea la puerta de mi casa. Alguien entra. Viene hacia mí.
-Hola -me dice- Soy yo, Urla. ¿Te acordás de mí?
No le contesto, la miro. No puedo creer que sea un robot, ella se ha operado, es una maquina más.
Hace horas que corro. Trato de alejarme de la ciudad, de esa horrible imagen de Urla.
Ella me traiciono. No la odio.
No le guardo rencor.

Pobre... la presión era muy fuerte. No la pudo soportar. Me detengo y giro. Vuelvo a la ciudad. Estoy acostado en la camilla. Dos robots me conducen al quirófano.
"¡¡¡¡extra, extra!!!! El último de los humano ya es robot" - pregonen los robots canillitas en toda la ciudad.

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